De valores y carteleras
Luego de un proceso de análisis profundo, reuniones eternas y sensibilizaciones varias, la empresa A definió cuáles serían los valores organizacionales que regirían su accionar a partir de ese momento. Entonces, los publicó en la cartelera. Y allí murieron.
Es un error bastante corriente en las empresas el conformarse con la difusión de ciertos temas, sin plantearse el verdadero objetivo que hay detrás de los mismos. Porque si lo que buscamos es dar a conocer una determinada información, no está mal su publicación en distintos afiches. Pero, ¿y si queremos más?
Lo principal es establecer un objetivo, siempre. Para el caso de los valores de la empresa A, el equipo de Comunicación Interna debería haberse preguntado: “¿Queremos darlos a conocer? ¿Nos conformamos con que nuestros colaboradores los recuerden? ¿Buscamos que los acepten y compartan? ¿O deseamos ir más allá, y qué los internalicen y vivan como propios?”. Porque en base al resultado que pensemos obtener, deberemos generar distintos tipos de comunicaciones. Un afiche (mejor dicho, varios) probablemente bastará para dar respuesta a la primera de las preguntas. Pero esto no será suficiente si el objetivo es más profundo.
Gestionar la comunicación de los valores es un proceso bastante más complejo: los vehículos mediatos regulares (afiches, newsletters, notas en la intranet) complementarán el propósito, pero no son suficientes por sí mismos, ya que la vivencia de los valores es algo que va más allá de las relaciones contractuales con nuestros colaboradores. Sirven para dar sentido a la acción, para reforzar la cohesión y para promover lo que la empresa considera como su ADN.
La difusión de los valores puede ser incluso contraproducente si no se acompaña con el ejemplo desde el liderazgo. Porque el espíritu empresarial se forja en la práctica diaria de los valores (plasmados en el estatuto y replicados en las carteleras). Es decir: publicar y difundir es válido, pero también hay que pasar a la acción si no queremos perder credibilidad. Ya que si bien los valores se definen desde las oficinas del Directorio, se confirman (o no) en los pasillos y recién ahí pasan a ser parte de la cultura corporativa.
Asimismo, si nos comprometemos a realizar una búsqueda de los valores organizacionales y a comunicarlos, debe seguir un compromiso igual de fuerte para respetarlos en todos los niveles jerárquicos y bajo cualquier tipo de circunstancia (de lo contrario, estén preparados para darle una hermosa bienvenida a la crisis –interna y externa- que podría venir posteriormente).
Finalmente, los resultados: ¿cuál fue el nivel de éxito de la comunicación? ¿Hasta qué punto se comprometieron los líderes? ¿Y el resto de los colaboradores? Buscar distintas formas de medir la efectividad de la campaña es importante para conocer si la comunicación de los valores fue efectiva, si fueron finalmente conocidos por todos, y hasta qué nivel se internalizaron y se pusieron en práctica. En base a estos resultados se podrá pensar en acciones correctivas para el corto y mediano plazo, que ayudarán a paliar cualquier tipo de problemas futuros de distorsión de imagen interna/externa.