Antón Pirulero
Antón, Antón, Antón Pirulero, cada cual, cada cual, que atienda su juego, y el que no lo atienda pagará una prenda.
No sabemos muy bien qué edad tienen nuestros lectores, pero probablemente alguna vez hayan escuchado -si no participado- de este juego infantil. Se trata de formar una ronda y concentrarse cada uno en una actividad concreta (en el juego, relacionado a un instrumento musical) hasta que Antón decide que se realice el intercambio. Cualquiera puede tocar cualquier instrumento. Porque en la infancia, todos somos capaces de todo.
Ahora hacemos fast forward a nuestra adultez, con un título universitario en la mano, el jardín de infancia muy lejos y nuestros jefes o jefas muy cerca. Por lo general sabemos qué cosas se traen entre manos, qué pedidos pueden llegar a hacernos, porque tenemos un rol por el que nos han contratado y detalle más o detalle menos supone realizar un número limitado de actividades. Y también sabemos qué cosas nunca nos pedirían.
Preguntas que seguramente jamás has escuchado:
- “Xavier, sé que eres productor pero también sé que entiendes algo de contabilidad, ¿por qué no revisas este balance antes de entregarlo, ya que el contador no llega?”
- “Creo que estamos en un problema legal. Por favor, Inés, ¿podrías postergar unos minutos tus reuniones comerciales y responder este burofax que nos ha llegado?”
- “Carlos, tú que tienes Twitter, ¿por qué no preparas la estrategia de contenidos de redes sociales para el próximo trimestre?”
En la infancia, todos somos capaces de todo. En la adultez, no.
Las habilidades no caen del cielo
Las competencias laborales se obtienen con el estudio, el análisis y los años de práctica. Por eso, deben quedar en manos de los profesionales (sean legalistas, contables, de marketing…). Volvamos a las preguntas que “jamás has escuchado” que mencionamos en el apartado anterior. Seguramente nunca se le pidió a nadie que no fuera abogado que redactara un burofax, a nadie que no fuera contador que armara un balance, etcétera, etcétera, etcétera. Sin embargo, tan desprestigiada está nuestra disciplina que suele haber una confusión al creer que, a la hora de efectuar nuestro trabajo, cualquiera que no tenga faltas ortográficas y que sepa unir sujeto y predicado puede hacerlo.
Por supuesto que todos podemos dar una mano en las distintas tareas de las diferentes áreas, siempre y cuando entendamos algo del tema. De hecho, insistimos constantemente que la comunicación interna es una responsabilidad que debe ser compartida por cada uno de los colaboradores de la organización. Sin embargo, esto no significa que no deba haber alguien a cargo, timoneando el barco, revisando cómo se van dando los mensajes, ajustando cuando se necesite, incentivando donde sea necesario, buscando el equilibrio entre los distintos temas de comunicación y velando por que el mensaje principal, el propósito detrás de cada plan de comunicación se esté cumpliendo. Según el Informe “Global Capability Framework” de Global Alliance, un responsable de comunicación debe, entre otras cosas:
- Alinear las estrategias de comunicación con la estrategia comunicativa global de la compañía, su propósito y sus valores
- Identificar y gestionar los problemas de comunicación de la empresa de forma proactiva
- Estar al tanto de estudios e investigaciones que respalden la estrategia de comunicación vigente
- Saber comunicarse de forma eficiente a través de los distintos canales de comunicación existentes (cualquiera sea su plataforma o tecnología)
- Establecer vínculos y confianza con los accionistas internos y externos
- Crear y mantener una reputación organizacional
- Desarrollar inteligencia contextual
- Actuar como asesor de credibilidad para la empresa
Está claro que, para llevar a cabo semejante tarea, es necesario estar preparado. Por eso, es importante que cada cual atienda su especialidad, su juego, aquél para el cual se preparó, pasó noches en vela estudiando, siguió capacitándose. Que el abogado responda los burofax. Que el contador realice los balances. Que el responsable de marketing o publicidad arme las estrategias de contenidos en redes sociales. Y que los comunicadores nos dediquemos a que los engranajes estén bien aceitados para que lo que se comunique, se haga con sentido y en forma alineada. Y si no se diera así, no es necesario que Antón Pirulero imponga una prenda. El “castigo” vendrá solo, en el mediano plazo, cuando no tengamos ni idea de qué está hablando la empresa, de qué quiere decir, o qué quiere que sepan sus colaboradores.