El arte milenario de contar historias
Desde que nacemos que nos cuentan historias:
El espacio de narración antes de dormir.
Los cuentos con moraleja para aprender sobre la vida, en nuestra primera infancia.
Las historias familiares en la mesa de los domingos (desde cómo llegaron o partieron nuestros abuelos en los barcos hasta cómo se conocieron nuestros padres).
Las historias pueden ser siempre las mismas, pero no nos cansamos de contarlas, o de escucharlas, una y otra vez. Nos encantan las historias, crecimos con ellas. Nos hacen reír, llorar, aprender, entender, empatizar. Su poder es inmenso, y es por esto que se han convertido en una herramienta muy potente para quienes nos dedicamos a la comunicación. ¿Cómo no contar historias, si la palabra es nuestra herramienta principal?
Hasta aquí, nada nuevo. Las empresas lo saben, y todas cuentan historias, conscientemente o no: sus orígenes, sus casos de éxito, incluso aquellos de fracasos. Desde Comunicación Interna debemos alentar esta narración, este storytelling, porque sabemos de su potencia. Sin embargo, para que una historia verdaderamente nos llegue, tenemos que pasarla por el cuerpo (no es casualidad que en la escuela haya tantos actos escolares, tantos héroes patrios). Vivir la historia es la mejor forma de aprenderla, de internalizarla.
Por supuesto, no siempre podemos “vivir” aquello que la empresa le quiere contar a su público interno. Pero sí es posible que la gente sea la protagonista: que sean los héroes y heroínas de la historia, que haya un inicio, un desarrollo y un final, que exista un obstáculo por superar (vencer la resistencia al cambio), un objetivo que alcanzar (una nueva forma de hacer las cosas), un guía que nos ayude (el equipo de líderes) y un villano al que vencer (los valores contrapuestos a los que se busca, la burocracia, el status quo). El storytelling sumado al storyliving.
Hace ya un tiempo, una de nuestras colaboradoras mencionó que, de niña, su cuento preferido era uno que le narraba su papá. Era una historia inventada, que se repetía cada noche sin excepción, donde ella jugaba y se divertía en la plaza junto a los personajes de Disney. Todo era risas hasta que unos chicos del parque comenzaban a hacerle bullying al Pato Donald, motivo por el cual ella salía en defensa del pato maltratado, expulsando así a los crueles niños de la plaza. Tres décadas después, sigue recordando cada detalle de ese cuento del que ella era protagonista y heroína. Por supuesto que desde la empresa no traeremos al Pato Donald a colación. Pero sí podemos narrar los valores desde las personas que la conforman. Las formas de ser y de hacer. La cultura. El lanzamiento de un nuevo programa. Un producto. Un área. Todo puede ser contado a través de historias, como si fuera la sinopsis de una película. Lo importante es saber qué historia queremos contar.