gestión de la comunicación interna

Comunicación interna con mascarilla

Es un hecho (y ya ninguna novedad): el COVID-19 modificó muchas cosas de nuestra gestión. 

En algunos casos, se reforzó lo irreemplazable: al “cara a cara” no le gana una pantalla. El chat no facilita la toma de decisiones. En las conversaciones interpersonales no se corta la señal. Un equipo de trabajo y una suma de individualidades (o píxeles) en un zoom/meet/webinar no son lo mismo. Un Emoji no sustituye un abrazo o un apretón de manos.

Otros hábitos llegaron para quedarse: Se puede reemplazar una cartelera física por una herramienta virtual. Los vídeos pueden ser explicativos si el contexto no facilita los encuentros. Hay herramientas colaborativas online que mantienen la atención de los participantes de una reunión virtual.

El nuevo lugar de la tecnología

La tecnología se posiciona como una aliada (y ya no podemos resistirnos a ella). Sin importar cuál es la aplicación de moda, comprobamos que se puede entrenar la “cintura” para acompañar su desarrollo continuo y permanente, incorporándola según necesidades (y no tendencias) a nuestras vidas. La tecnología va un paso al frente y acompaña la creatividad humana: alguien ya inventó lo que necesitamos.

Así como empresas de todos los tamaños identificaron oportunidades productivas durante la pandemia, reinventándose y desarrollando nuevas competencias, la Comunicación Interna se reposicionó: sin importar qué (y cómo) está gestionando cada compañía, comunicarlo es sinónimo de alcanzar metas.

Bien gestionada, la Comunicación Interna permite a la organización:

  • Identificar de qué estamos hablando, cuáles son los mensajes centrales de la compañía y cuál es el “top ten” en el que tenemos que hacer foco para que no se pierda el “norte” del negocio. Cohesionar y no dispersar. Potenciar y ganar en asertividad.
  • Generar un nuevo sistema de medios, adaptado a la realidad vigente, para alcanzar con la información importante a todos los colaboradores, estén estos trabajando desde sus casas, desde el pie de una máquina, en un pozo petrolero o visitando al cliente. Teams, webinars, meets, zoom, audios de whatsapp ya son oficialmente herramientas (y compañeros) de trabajo. Hoy la cultura digital se hace camino al andar: el salto repentino de lo analógico a lo digital no nos dio otra opción.
  • Adaptar el discurso a los sentimientos y pensamientos que este contexto despierta, generando adhesión y compromiso desde la empatía.
  • Generar sentido de pertenencia, potenciar valores, integrar, motivar y capacitar al personal, aún virtualmente. Aunque parezca ser la prioridad “z” frente a las problemáticas que el COVID-19 desató y que las condiciones no estén dadas, mirar sólo la productividad es centrarnos en un resultado que necesita del proceso para lograrse.
  • Desarrollar habilidades de liderazgo en quienes tuvieron que reemplazar el “mirar a los ojos” por la intermediación de una pantalla (que también tienen preocupaciones y ocupaciones) y a los que las condiciones de liderazgo les cambiaron 100%.
  • Medir el éxito de lo que se está haciendo, lo que se dice, cómo se dice, a través de qué canales y con qué coherencia (entre el decir y el hacer) para así poder corregir desvíos y transformar oportunidades en acciones concretas y visibles. Los números de la comunicación son puntas de lanza a la hora de tomar decisiones acertadas.

 

Lo único permanente es el cambio. Hoy más que nunca esta frase cobra un nuevo sentido. Y todo cambio, bien comunicado, es oportunidad. ¿Y si esta vez lo hacemos bien?

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